La hora del té
La Bonbonniere siempre me pareció un buen lugar para reencontrarnos a la hora del té. Las vajillas de porcelana estilo Luis XV son mi debilidad. Todo muy cordial, no mostramos nuestros instintos depredadores. Él tan serio y distante. Yo tan "sonrisa cuadrada". Nos quedamos en el "me va todo muy bien, mi vida es perfecta sin ti".
El mozo vino, pagó la cuenta y salimos. Tenía que ir a mi casa, ya era un poco tarde pero su propuesta de ir a caminar no me pareció mal. Subí a su carro y me abroché el cinturón. Me sentí segura, como si mis emociones jamás se desbordarían. Estaba en mi espacio de comodidad. El fondo musical resultó innecesario ya que hablábamos con normalidad.
Bajamos en el malecón, por suerte y tenía una casaca abrigadora. De repente empezó a llover. Soñé que estábamos empapados y nos abrazamos y me besaba y y y ... nada. La lluvia o llovizna era insignificante. Él seguía con su actitud de genialidad hasta que no soporté tanta cordialidad hipócrita y le dije que mi vida fue un desastre en su ausencia. Luego pensé "Verónica eres una idiota" pero sirvió.
Se descongeló y se detuvo. Entonces mi sueño se volvió realidad. Nunca entenderé cómo vivimos tanto tiempo lejos si ambos deseábamos estar juntos. Nuestro único miedo fue el miedo. Resultó sencillo amoldarme en sus brazos, como si los años no hubieran pasado. Era el mismo de siempre, sin coraza ni cortesías. Era a quien estaba buscando desde que nos perdimos. Y llegó.
Me enamoré como la primera vez que lo vi sentado en la esquina del salón. Me sumergí en el recuerdo de las madrugadas tranquilas, desperté y caí en la cuenta que mi realidad es mejor. Ya no hay celulares sonando ni alarmas insoportables. Solo éramos los dos, una vez más. Sin prisas. Me enamoré de ti.
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