No me sueltes

Me enamoré, sin flores ni muchos colores. Debí soltarlo apenas pude, estaba en el momento indicado para alejarme, pero decidí quedarme. No fue un “ups, me tropecé”. Fue meditado y aprobado por mi ‘yo’ despechado. Mientras él no lo sepa seguiré fingiendo ser una chica mala de los 90's.

Usé el comodín de la ebriedad para decirle que lo quiero a mi lado. Lo llamé, esperando un "te voy a recoger" pero solo escuché un "Deje su mensaje en la casilla de voz". Decidí que sería el último desprendimiento emocional que tendría, ya no derrocharé más esa intensidad frente a un terreno baldío. Un par de minutos después, lo volví a intentar.

- Ven por mí - le dije
- Preciosa, ahora no puedo - respondió
- Quiero estar contigo - insistí
- Eso ahora no es posible

Y así, fluyó este círculo vicioso, donde el distanciamiento es la base de mi toxicidad, mientras sus juegos mentales buscan atraparme. No negaré que fue bonito fluir hacia el precipicio de una cascada sin saber nadar. Sentir esta ilusión, pensar que estoy en una ficción y vivir con frenesí el instante.

Su sonrisa me enredó. Me descontroló. Quise hacerlo arte para que me devuelva la vida. Pinceladas suaves, lentas, coordinadas, con los ojos cerrados. Me arrastró a una zona de ansiedad, me quitó mi comodidad ¿Cómo se supone que voy a regresar? Probé, me gustó y me quiero quedar.

Acarició mi cabello, me inclinó hacia él y se acercó despacio, sin darme cuenta sus labios humedecían mi mejilla, recorrió el camino como si ya lo conociera. Di un respiro y me quedé sin salida. ¡Despierta, despierta, huye! Seguía sin escuchar mi consciencia. Deslizó su mano por mi cuello con seguridad para que no dé marcha atrás y me rendí. De hecho, nunca intenté detenerlo.

Y así empezó. O así terminó. La pregunta ahora es:

¿Qué quiere de mí?

La respuesta es evidente, pero no para un corazón ansioso.

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