Me quedé sin tinta
Son esas pesadillas que parecen reales, donde mis sentidos creen absolutamente todo lo que sucede, hasta que en un segundo mis ojos se abren, demoro en reaccionar y ubicarme en el espacio. Es mi cama, correcto. Es mi cuarto, correcto. Es mi peluche, correcto. Todo en orden, trato de recordar qué soñé pero resulta imposible, solo percibo pánico en mi piel. Quizás es una señal o quizás no debería inquietarme por minucias.
El cielo gris no era novedad, las colas largas en el metropolitano tampoco, así que por el momento no había de qué sorprenderme. Al parecer mi sueño no tenía mayor relevancia, llegué casi tarde como de costumbre, corriendo para no quedarme aburrida y mojada en el patio. Se fue la señal de mi celular, eso me asustó, pero supuse que eran las consecuencias de tener clases en el sótano, lugar frío y tenebroso, bah exagero.
Con el corazón saltando y mis pulmones retorciéndose entré al que sería mi nuevo salón. Morí de miedo al ver tantos rostros desconocidos que hablaban entre sí. Pensé rápidamente en un lugar estratégico para sentarme, donde no tenga que socializar, me desgasta demasiado preguntar "hola qué tal". Hasta ese instante fue lo más impactante del día, elegir mi carpeta. Adrenalina pura.
Todo acontecía como lo imaginé, el profesor entró, tomó lista, pedía silencio, lo ignoraban. Yo dibujaba una manzana, se acabó la tinta. Mala suerte. Tenía que socializar, "hola qué tal, me prestas lapicero negro. No, no tengo. Oh ya, gracias", entonces alguien entró y era Bico Vitolini. Bien, bravo, felicidades Verónica. Lo que estabas esperando, emoción a tu vida, ahí lo tienes. Desmáyate, asfíxiate, hiperventílate. Rueda en el piso y desaparece.
Me quedé sin lapicero para distraerme y con nervios de volver a verlo. Las probabilidades de coincidir en un salón eran mínimas, debí hacerle caso a mi madre, los sótanos son peligrosos, oscuros y malvados. Solo sirven para esconderse de tormentas, pero aquí la única que existe está en mi cabeza. ¿En serio? Tan mala suerte, será Dios que quiere probar mi autocontrol o seré yo que lo llamó inconscientemente.
El cielo gris no era novedad, las colas largas en el metropolitano tampoco, así que por el momento no había de qué sorprenderme. Al parecer mi sueño no tenía mayor relevancia, llegué casi tarde como de costumbre, corriendo para no quedarme aburrida y mojada en el patio. Se fue la señal de mi celular, eso me asustó, pero supuse que eran las consecuencias de tener clases en el sótano, lugar frío y tenebroso, bah exagero.
Con el corazón saltando y mis pulmones retorciéndose entré al que sería mi nuevo salón. Morí de miedo al ver tantos rostros desconocidos que hablaban entre sí. Pensé rápidamente en un lugar estratégico para sentarme, donde no tenga que socializar, me desgasta demasiado preguntar "hola qué tal". Hasta ese instante fue lo más impactante del día, elegir mi carpeta. Adrenalina pura.
Todo acontecía como lo imaginé, el profesor entró, tomó lista, pedía silencio, lo ignoraban. Yo dibujaba una manzana, se acabó la tinta. Mala suerte. Tenía que socializar, "hola qué tal, me prestas lapicero negro. No, no tengo. Oh ya, gracias", entonces alguien entró y era Bico Vitolini. Bien, bravo, felicidades Verónica. Lo que estabas esperando, emoción a tu vida, ahí lo tienes. Desmáyate, asfíxiate, hiperventílate. Rueda en el piso y desaparece.
Me quedé sin lapicero para distraerme y con nervios de volver a verlo. Las probabilidades de coincidir en un salón eran mínimas, debí hacerle caso a mi madre, los sótanos son peligrosos, oscuros y malvados. Solo sirven para esconderse de tormentas, pero aquí la única que existe está en mi cabeza. ¿En serio? Tan mala suerte, será Dios que quiere probar mi autocontrol o seré yo que lo llamó inconscientemente.
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