El árbol de Pati

No hay limones. Solo encontré unos secos, arrugados y pálidos. Los compré. 

El atún sin limón no es rico pero con esos limones, fue peor. La desesperación por conseguir que mis planes funcionen me llevan a un agrio final. Me calmo y cambio de objetivo. Adiós atún, sin ácido no te comeré.

Dejé de aferrarme a mis ideas ilusorias para aprender a soltar. Este nuevo entorno merece un nuevo trama y lo encontré a 200 km de distancia. Durante el camino los azotes del sol superaban el cansancio por la altura. Tomó 2 segundos respirar la tranquilidad de la naturaleza y regresar. 

Lo placentero no es llegar sino los traspiés del recorrido. Tomar malas decisiones e ir por una ruta diferente que parecía no tener final, la búsqueda de un baño con urgencia porque la chicha se fermentó, o el sentirse consumidos por el cansancio y aún así tener fuerzas para reír.

De eso se trata. Divertirse. No discutir por usar uno o dos atunes para el desayuno. Aprendí a soltar lo que ya no me hacía sonreír para ensuciarme comiendo unos chicharrones con papitas doradas y ají. Terminar con los dedos de grasa pero feliz.

No volvería para ver el santuario en reconstrucción, pero sí para escabullirme entre los áridos caminos de cactus hasta sentarnos en el árbol de Pati, sentir su efecto balsámico y mirar la cadena de montañas disiparse, contigo. 



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